Es un libro que debe
beberse a morro, directamente. No es un libro complaciente, no es una poética
complaciente, no es una niña complaciente. Una niña que habla sobre la
identidad, que no sabe ser niña porque a ser niña no se nace, se hace. Y en ese
hacerse niña se deshizo de la pureza de las paredes encaladas, dejó de ser una
flor para convertirse en lagarto, de esos que asustan a las otras niñas, a las
de uniforme. Ellas no quieren que las contagien. A esas niñas que no saben ser niñas,
con el tiempo les gusta ser eso otro, “lo monstruoso”. Lo monstruoso asusta y
eso les da poder a las niñas que no quieren que no saben ser niñas, y el poder
les gusta, les gusta ver el pánico en la cara de las otras, las que están dentro,
dentro de las cosas que están en orden. Esas nuevas niñas-sombra no saben lo
que son pero seguro que “no son eso”.
Lo que hace este libro es
volar…volar en pedazos lo que venía de serie. Pedazos a los que luego se
nombra, como forma de recomponerlos, y que ya no encajan bien, claro, no tienen
la misma forma. Menos mal que no tienen la misma forma.
En “amar la herida” hay
una consciencia abrumadora de la mirada del otro, que es asumida y escupida por
una salamanquesa apacible en una pared encalada en una noche de verano.
En sus poemas hay ritmo,
el ritmo del latido y un equilibrio entre lo explícito y lo misterioso. La
imagen de “la humedad” ya no se presenta como fecundidad. Nada crece y si lo
hace, lo hará torcido y desafiando a las leyes naturales. Porque todo lo que
crece en la herida, es precioso y terrible. La herida se convierte en la línea
que separa el estar dentro del estar fuera, y esta poética está fuera,
definitivamente fuera, bajo la intemperie, con los pies sucios, descalza,
imprudente, sola. Carmen Juan ha decidido no ser discreta y poner esos pies
sucios, el barro y el pelo mojado, en los cristales de las casas impolutas de
los que están dentro. Un libro indiscreto, por fin. Se arma de palabras y asume
el silencio, porque el silencio no les duele a los otros, pero entonces llega
la palabra y siente que es “demasiado joven para no ser valiente”.
Entonces ella se convierte
en “Ellas”, las que han perdido el pudor, el mayor valor femenino. Y si han
perdido lo más importante, ¿con qué las amenazarán ahora para que se porten
bien?. Han cambiado el pudor por el valor, han invertido el orden natural, han
irrumpido en la batalla descalzas y sucias, porque no se puede estar guapa en
la guerra, las heridas suelen estropearte el vestido y normalmente el peinado.
A veces, solo a veces,
Carmen Juan, desea estar en orden, es tan fácil estar dentro…para conseguirlo
se tapa los orificios del cuerpo, para que no salga, para que no suene, para
que no ame. Pero como un río antiguo se desborda, sale a borbotones, vomita las
palabras. Y el amor, lo empapa todo.
Entonces nombra a la
bestia, aprende su lengua, su grito son “las bocas llenas de voces que se
extinguen, intraducibles, rudas”. Y volverá a habitarla el grito o el amor, qué
importa. Las bestias ya no le dan miedo, las bestias la habitan, la desintegran
y dejan su cabeza intacta, para que lo recuerde todo.
Entonces invoca a la
palabra antigua, a las poetas locas, a las que les quemaba el pecho, de amor o
de palabras, que no pretendían, pero amaban. Ellas escribirán sobre la muerte hasta
que las llamen locas.
Y entonces lloverá sobre
la tierra yerma y las gotas formarán un espejo en el que verás a la bestia, de
nuevo, frente a ti. Te gustará lo que ves, ahora ya sí, ya no podrás, no
sabrás, no querrás, abandonar lo oscuro. Nos rendiremos.